lunes, 23 de mayo de 2011

Nos cuenta Plutarco en una de sus historias, que en aquellos tiempos de la antigüedad había un romano que decidió separarse de su mujer abandonándola.
Sus amigos le recriminaron por ello, pues no veían claros los motivos de aquel divorcio:

- ¿No es hermosa? -preguntaban.

- Sí. Lo es. Y mucho.

- ¿No es, acaso, casta y honrada?

- Sí. También lo es.

Extrañados, insistían en conocer el motivo que había llevado a su amigo a tomar una decisión tan extrema. El romano, entonces, se quitó un zapato y mostrándolo a sus amigos, preguntó:

- ¿Es bonito?

- Sí. Lo es -dijeron ellos.

- ¿Está bien construído?

- Sí. Eso parece -todos aprobaron.

Y entonces él, volviéndoselo a calzar, les aseguró:


EL ZAPATO DE OTRO...



- Pero ninguno de ustedes puede decir dónde me aprieta.

De ahí viene la típica frase que hemos oído alguna vez: "¿Dónde me aprieta el zapato?" Nadie puede saberlo sino el mismo que lo usa.

Nadie más que uno mismo puede estar en sus propios zapatos.

Los cheyennes, indios americanos, tienen una frase que encaja con lo expresado. Dice: "Para conocer a una persona, hemos de andar muchos kilómetros con sus propios mocasines".

Algo similar al proverbio español: "No conocerás a nadie hasta haber consumido con él un saco de sal".

De ahí el respeto que nos han de inspirar las decisiones ajenas. Siempre corresponden a situaciones que desconocemos. Y es que no estamos en los zapatos de la otra persona.

¡Sepamos dónde nos aprieta el zapato! Pero evitemos juzgar dónde les aprieta a los demás....

No hay comentarios:

Publicar un comentario